domingo, 29 de marzo de 2009

Recuerdos en el asilo a la mexicana

Esperando el retorno del embajador mexicano en Argentina, el tío Cámpora veía cómo su tiempo encerrado en la embajada de México sumaba horas. Si bien era sabido que Cámpora no era muy amigo de Abal Medina, la situación estaba tan tétrica para los encerrados que ni al tío ni al pibe Medina les quedaba otra cosa que hacer migas. Por lo que no era raro que ambas personalidades compartieran uno que otro mate mientras esperaban los periódicos y noticias sobre sus respectivos asilos. En fin, una moneda reencarnada en reportera se acomodó en el platito que la resguardaba de alguna eventual salida de compras, para escuchar y nada más: lo que supuestamente hace un cronista que se precia. Entonces, ¿qué pasó esa tarde de noviembre de 1976 en la embajada mexicana en Argentina? ¿El tío y Abal Medina hablaron sobre los hechos y personas que los relacionaban entre sí y que, posiblemente, eran las razones por las que la dictadura los perseguía? Puede ser…
“Me acuerdo cuando el General me llamó y me dijo, ‘pibe, vamos a poner al tío Cámpora como candidato del FREJULI’”, le dice Abal Medina al tío que estaba cebando mate.
“¡Las cosas que me dijeron ese día, pibe!”, recuerda el tío mientras le pasa un mate dulce al ex presidente de la JP.
“Y sí, nadie lo quería tío. La verdad que ni yo pensé que era una buena decisión, porque los muchachos del bombo querían a Tony Cafiero como candidato”, rememora Abal Medina que corta lo que el tío estaba por decir y sigue con su relato. “Pero la cosa se puso tan jodida en la interna, que el General decidió por usted porque sabía que el nivel de lealtad que usted manejaba era casi inigualable”.
“Mirá, la relación con el General Perón fue buena al principio”, dice el tío Cámpora. “Pero cuando se murió Evita, para mí se pudrió todo porque era ella la que me tenía cariño, digamos. Después, cuando en el 55 viene el golpe de la Libertadora, o como le decíamos nosotros, la Fusiladora, se puso fea la cuestión”.
“Además, el General siempre pensaba que usted se la había tirado a doña Eva”, dice Medina con un gesto risueño en la cara.
“Bueno pibe”, pone el freno de mano el tío. “Esos son chismes, así que nada que ver. Lo que sí pasó fue que cuando el General se casa con Isabelita, que además de reconfirmar la pasión del General por el cabaret y las artistas de tercera línea, reconfirma que lo que importaba para Pocho, como le decíamos nosotros en cariño al General, era estar tranquilo. Por eso con Evita me tenía a mí, y con Isabel tenía a López Rega, como para que sus mujeres no lo jodan mucho”, le dice Cámpora a Medina que lo escuchaba mientras ojeaba la 6ª de La Razón que recién llegaba.
En eso, Medina le pregunta a Cámpora que qué pasó el día cuando le avisaron que el General lo había elegido como candidato a presidente. “Y me puse contento, claro. Pero me puse nervioso cuando empezó a sonar el teléfono de mi unidad básica en Avellaneda con los reclamos de la CGT. Rucci me llamó y después me llamó Lorenzo Miguel”, dice el tío mientras agarra la pava para cebarse un mate amargo.
“Nosotros estábamos contentos porque habíamos arreglado con el General apoyar al FREJULI en las elecciones presidenciales a cambio de puestos en el gobierno”, reconoce Medina. “Pero también queríamos estar en sintonía con los compañeros trabajadores, por eso nos marcamos lejos de los Monto y yo, personalmente, de Firmenich y Perdía”.
“Bueno, pero no sé si te acordás pibe, que en aquel mayo me armaron un quilombo bárbaro en la cárcel de Devoto, y ni bien estaba asumiendo la presidencia, los Montoneros, el ERP y los zurdos de la JP se amotinaron todos en la manzana de la cárcel para pedir la liberación de los presos políticos”, dice el tío.
“Sí me acuerdo tío”, le dice Abal Medina. “Es que los muchachos estaban contentos y, desde que el General me había dicho que usted era nuestro candidato, estábamos coordinando esfuerzos para asaltar el penal de Devoto, por las buenas o por las malas, a manera de festejo. Además, estábamos divididos en torno al gobierno del frente peronista y no queríamos tampoco quedar mal con los compañeros de la CGT, que a usted no lo querían. Más que nada, decían que los Montoneros no tenían por qué estar en el gobierno”, inspecciona Medina de caras al tío que no entendía muy bien. “Teníamos que ser orgánicos a movimiento de Perón, no sé si me explico”, dice Medina.
“Sí pibe, pero la cosa es que López Rega e Isabel no me querían ni ver, además de que la CGT tampoco, y por eso armaron lo de la masacre de Ezeiza. Después empezó a llamarme el General para decirme que renunciara a la presidencia porque si no me iban a venir a buscar los compañeros de la UOM, y vos sabés que el compañero Lorenzo Miguel no se anda con giladas. Por eso estamos acá nosotros”, dice el tío a el ex secretario general de la JP.
“Ya se tío, nos metieron el dedo por el que te dije y después de que volvió el general usted prácticamente era boleta. De nosotros, la juventud, ni hablar: nos dejaron sin el pan y sin el vino, aunque eso pasó después de que se murió el General”, aclara Abal Medina.
Entre una cosa y otra, la moneda de 10 pesos argentino de1976 escuchó más que una charla entre raros prisioneros políticos. Y así es como la historia es escrita, por lo que un tercero escucha decir a personajes de la política que hablan de personas y mañas políticas, de uno o de dos países que alguna vez tuvieron una embajada convertida en cárcel.
En corto, más diálogos entre el tío y sus compañeros de encierro y asilo.

martes, 24 de marzo de 2009

24 de marzo de 1976

Treintitres años después: ¡Nunca más!


viernes, 20 de marzo de 2009

Cuando el tío notó que iba a pasar más que un rato en la embajada

Esperando en vano, nadie se animaba a decir si el tiempo se iba a alargar más o no. La soledad en la casa de Arcos 1650, la casa que años atrás había sido adquirida por el gobierno mexicano para instalar ahí su nueva embajada en Argentina, lo decía todo. El embajador Gonzáles Salazar había ido de viaje a México, según para tratar urgentemente el asunto del asilo del tío Cámpora, su hijo y Abal Medina, quienes hacía más de seis meses estaban sin poder salir de la embajada mexicana, esperando por los conductos para el famoso asilo político. No reinaba la calma ni el pánico: los huéspedes sabían que si esperaban a que Roque, un tipo muy campechano, arreglara las cosas, algo iba a tener que pasar aunque más tarde que temprano. Pero algo iba a tener que lograr Roque ahora que estaba en México, tramitando el asunto en la Secretaría de Relaciones Exteriores que más bien operaban en la presidencia.
De hecho, en México, Luís Echeverría contaba sus últimos días como presidente porque, después de una campaña muy dura como candidato único al puesto, estaba por asumir López Portillo. Por lo cual, aunque Roque no había dicho ni prometido nada que alguien escuchara sobre el tema en la embajada, las cosas iban a tardar para que salieran bien. Tampoco se trataba de molestar al presidente entrante, haber si después de Buenos Aires mandaba a Roque a un destino menos movido, y eso ya es mucho decir de una ciudad como Buenos Aires en septiembre del 76.
Las pequeñas anécdotas de esa vida tipo conyugal en la embajada mexicana, en la Argentina del Proceso militar, no se pueden explicar fácilmente. Ser testigo oculto no es pena para ninguno, y escuchar como inmaduro qué se andan diciendo los unos y los otros no puede quedarse en el más allá de una moneda. Cantidad de pensamientos que se suelen perder transcurren hasta que se espera ser tomado por alguien que quiere hacer algo, en algún lugar y con algún resultado circular para la suerte del deshonor. Y en eso, sin mirar adonde estaba el platito con monedas y una estampita de la Virgen de Guadalupe, el tío Cámpora se puso a cebar mate y a charlar con su hijo.
“Acá entre nosotros hijo, en caliente, me parece que nos van a tener un rato acá adentro”, dijo el tío mientras pasaba el mate.
“No te calentés viejo, total estamos como queremos: tenemos televisión, radio, nos llegan los diarios y, encima, nos hacen de comer”, le respondió el hijo de Cámpora, que se llamaba Héctor como su papá.
“¡Ma’qué estamos bien, hijo!”, lo miró fijo el tío a su hijo. “Nos tienen encerrados sin poder salir a ningún lado por quién sabe cuanto tiempo más. Ya llevamos seis meses y ninguna noticia, ni siquiera de que podemos salir al jardín de la casa a tomar un poco de aire fresco”, dijo el tío, que tenía miedo que algún francotirador le volara el sobrero de un tiro.
“Bueno, viejo”, le respondió Héctor a su padre que se estaba tomando un mate con la mirada cabizbaja.
Eran como las cinco de la tarde. Y como todos los días desde que había ingresado a la embajada como un bizarro huésped de lujo, el tío se tomaba unos mates con su hijo mientras leían los diarios de la mañana, estudiaban la situación y esperaban a que en la entrada de la casa, allí junto al plato con la moneda posada para la posterioridad, llegara la 6ª de La Razón, el periódico vespertino. Mientras tanto, de los salvoconductos para llegar a asilarse en México, bien gracias.
“¿Leíste lo que dice el diario?”, preguntó el hijo del tío, justamente, al tío. “Dice que si los Montoneros no se entregan ya, el gobierno no va a dejar tranquilo a su comandante en jefe retirado”.
“¡¿Y quién carajo es el teniente comandante de los Montoneros y de los revoltosos?! ¡¿Yo?!”, le respondió el tío un tanto quemado por el mate caliente y la noticia. “Firmenich, Dante Gullo de la JP, Gorriarán Merlo del ERP, ¿dónde carajo están esos mocosos irresponsables? No que me dejaran pagando el pato, porque el General tenía planes mayores, pero que hijos de puta esos pendejos de la juventud maravillosa”, aclarando los tantos, dijo el ex presidente de los argentinos por unos días de 1973.
“Sí. Si esos no se entregan, o si no aparecen, nosotros acá vamos a estar, porque los militares quieren tener a alguno adentro: o a ellos o a nosotros”, le dijo Héctor en un momento de lucidez politóloga. “Pero entonces viejo, ¿cómo esperás que salga todo esto? ¿Vamos a conseguir ir a México? Que ganas de ir a Coyoacán, viejo…” le aseguró Héctor al tío, con una nostalgia de no sé qué pero sí por qué.
“Bueno, hijo, vos quedate piola que vamos a estar bien. Acá a los tiros no nos van a venir a buscar, y a las patadas no nos van a sacar estos mexicanos. Total que con Roque está todo bien y él está laburando el asunto allá con el presidente Echeverría”, le dijo el tío a su hijo con tono consolador.
El problema, siempre los hay, se planteaba porque el tío no sabía, y no supo sino hasta días después, que Echeverría ya no mandaba en el país de los mexicanos. El PRI había designado en elecciones populares a López Portillo como premiere del país azteca y unos días atrás, Roque se había enterado que para el año que entraba él regresaba al DF.
Las cosas de ese modo, ¿qué le iba a decir la radio a Cámpora? ¿Cómo iba a seguir esta historia del asilo disfuncional?
“De hueva, como dicen los mexicanos”, soltó Abal Medina cuando pasó a agarrar su ejemplar de La Razón y volver a su cuarto a estudiar. ¿Estudiar? En fin, ¿qué más puede escuchar una moneda dorada con un sol en la cara? ¿Barbaridades?

domingo, 15 de marzo de 2009

Paradojas en el asilo del tío

Apoltronada en un platito de plata en la entrada de la embajada mexicana en Argentina. Esperando salir a la calle para que, así como si nada, una persona se apodere de ella y sea su dueño por un tiempo indeterminado. No que la belleza pueda o deba tener dueño, pero una moneda cuando es vigente y de curso legal pasa de mano en mano: no es de nadie. Y la belleza sigue intacta, porque al revés que los billetes, las monedas no se manchan con la prostitución. Una moneda de 10 pesos en la Argentina de 1976 podía ser un día de un embajador, estar en posesión claro está, y al día siguiente estar en las manos de un chofer de colectivos y seguir siendo tan brillante como siempre. Pero las monedas, aún, no tienen dueño. En todo caso, el dueño de la moneda es el Banco Central o la Reserva Federal o el FMI, pero alguien es el dueño de la pelota. En ese año, en Argentina, decían a los cohetazos que empezaba a ser Martínez de Hoz, Miami y Videla.
Apoltronada en el platito, junto a otras moneditas de 5 pesos y una estampita de la Virgen de Guadalupe; no es posible describir fácilmente la cantidad de días que se puede permanecer de ese modo. Apoltronada, la moneda de 10 pesos no tenía otra cosa que hacer que esperar, mezcla de ansiedad e incertidumbre, a que una eventualidad sucediera. Lo cual generó, en este caso, una paradoja. Si las monedas no tienen otro destino que estar constantemente en movimiento, yirando como diría un taxista de Buenos Aires o rolando como diría uno del Distrito Federal, ¿cómo fue posible que esta moneda se quedara quieta?
“México, Distrito Federal. México, Distrito Federal…”, empezaba una canción popular de por aquellos tiempos en Tepito. Pero el tiempo de esta moneda y esta historia transcurren en la embajada mexicana en Argentina, en el barrio Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires.
La paradoja, entonces, se desató cuando la moneda de 10 pesos empezó a quedar en ese platito de la entrada. No se sabe por cuál motivo la ama de llaves de la casa, Doñita como le decía, nunca usó esa moneda para comprar el pan, darle una propina a un cadete o a ese muchacho mexicano que vivía en Buenos Aires y hacía antojitos para la selecta delegación de la cancillería mexicana en Argentina. A nadie se le hizo oportuno manotear el platito que estaba justo en la mesa de recepción de la embajada y agarrar esa moneda. El destino hizo que esta moneda de 10 pesos quedara ahí desde el día que la trajeron de la panadería, el mismo día que el tío Cámpora y su hijo llegaron de manera azarosa a la embajada de México para pedir asilo por persecución política.
Cuando el tío Cámpora llegó a Arcos 1650, la moneda recién apoltronada tampoco imaginó que el huésped que acababa de entrar a la casa medio a los topetazos iba a permanecer allí por tiempo indeterminado. Otra paradoja, porque si bien es inimaginable que una moneda de 10 pesos vigente en 1976 quedase inmuta por años, cuestiones de inflación aparte, que una persona que pide asilo y que, mientras arreglan el asunto, se queda presa en la embajada del país que se presta para otorgar ese derecho, es una paradoja más grande que una casa. “Ser moneda y ser un humano es distinto. Si no fuese lo que soy no hubiese podido quedarme ahí tanto tiempo y no considerarme a mí misma como un presidiario. Si no pudiese cerrar la boca, no podría escuchar”.
Tampoco es lo mismo que un ex presidente que hizo poco y nada para ser considerado un Montonero sea considerado uno, más allá de que el sincero de Firmenich alguna vez haya dicho que con el tío al gobierno los montoneros al poder. Esa paradoja (“¿era el tío Cámpora un Montonero o nada que ver?”), se multiplicó cuando a ley de la atracción se hizo manifiesta el día inmediatamente después del arribo. El 25 de marzo de ese año, el primer día de la junta militar con Videla como primer mandatario, cuando por fin el tío Cámpora, su hijo y Abal Medina, que se había colado, podían considerarse a salvo de la muerte, se complicaron los procedimientos para que el gobierno mexicano, a través de su embajador en el país, le diera a los perseguidos políticos los conductos necesarios para que efectuaran su asilo.
Paradoja o no, “el que sí puede decir una intimidad del tío es alguien que puede decir que a él le gustaba el pan de campo en el almuerzo y para los mates prefería media docena de medias lunas de grasa, dos tortitas negras, dos granadas de dulce de leche y dos vigilantes. Por eso, sé que al tío no se le hacía nada raro que México no se pudiese comprometer con el gobierno militar de Argentina. Después de todo, el tío estaba totalmente persuadido de que el General Perón estaba muerto y que él valía tres carajos”. Con Isabelita en España, López Rega no se sabe bien dónde, Luder, Lorenzo Miguel y la JP en la nada, el tío Cámpora no despertaba el sueño del embajador Roque González Salazar. “Más bien, digamos, no le movía un pelo a él ni a López Portillo, que se preparaba para ganar la elección presidencial de julio de ese año. Sí, en marzo ya sabía que en julio iba a ser presidente”. Paradoja o no para un democracia, los hechos comprueban que el tío Cámpora se quedó más de cuatro años preso ilegalmente, remotamente, en la embajada mexicana en Argentina, mientras las gestiones diplomáticas para el asilo iban, venían, se quedaban congeladas y volvían a ir y venir, entre cócteles y comidas oficiales del gobierno militar argentino.
Otra paradoja del primer día que pocos pudieron notar, “ya que cuando se está apoltronada y no se sabe qué va a pasar con el destino personal, una presta más atención a lo que dicen alrededor”, en la embajada mexicana no sabían cómo llamar al nuevo gobierno de facto de Argentina y por eso no querían llamar a la armada para molestar por un asunto de asilo político. Una pendejada. ¿Era gobierno militar o la junta del Proceso de Reorganización Nacional, como a ellos les gustaba que los llamasen? “Esa paradoja dejó con la boca abierta al tío que no entendía nada. Abal Medina, que era uno de esos políticos jóvenes más de corte intelectual, comprendía que conseguir el asilo no era moco de pavo y que mejor se empezaran a familiarizar con la idea de estar en México, pero en el barrio de Belgrano y sin poder salir para irse unos días a Acapulco”.
Paradojas de la historia argentina, mexicana y mundial. El tío Cámpora y esta moneda de 10 pesos, resultó, no fueron tan poca cosa para la historia y los hechos que nos trajeron hasta aquí. Hechos que seguiremos investigando junto a esta moneda y sus amigas parlanchinas.

jueves, 12 de marzo de 2009

Azares en el asilo del tío

Como suele suceder cuando sucede, la historia está contada por intrusos u objetos no identificados que por alguna casualidad terminan estando en el lugar de los hechos. No que se pretenda hacer otra vez lo que ya se hizo, pero parece que es importante contar la historia una y otra vez, al derecho y al revés, de primera mano o de segunda. No importa. Los personajes que ni su madre recordó bien para qué servían, terminan siendo quienes relatan la historia. No por nada en especial, sino porque estuvieron ahí.
Y así pasó con muchas gentes memorables y no tanto, como pueden ser el buen Osvaldo, la chaqueta de cuero negro de Saúl Ubaldini, el Torino de Rucci, el compañero Tula y su bombo y, por qué no, el tío Cámpora. Estos personajes, a veces, se confunden en la mitología fusionada de aquelarres y sui generis no por lo que hicieron ellos, sino que más bien por los hechos que presenciaron junto a las personas que conocieron. De paso, ya que se nombró al tío Cámpora, vale la pena contar la historia que contó una moneda parlanchina con capacidades extrahumanas, como pueden ser para algunos: hablar sin escupir, leer de corrido y sumar sin usar los dedos.
Sí, una moneda. Y una muy ilustrada o lustrada, de 1976. No es exactamente una de las que salieron para celebrar el mundial de fútbol que se hizo durante la dictadura militar en Argentina, con Kempes, Fillol, Menotti, el 6 a 0 contra Perú, los desaparecidos, la ESMA, y los derechos humanos derechos. Pero es una moneda acuñada durante la dictadura militar de Videla y Massera. Además, esta moneda de diez pesos tuvo una suerte más allá del bien y del mal, como narradora y como pieza numismática.
Que curioso, pero si las monedas no sirviesen para cosas como dar cambio, no hubiese sido posible que la encargada de asuntos protocolares que trabajaba en la embajada de México en Argentina, en la calle Arcos 1650, a dos cuadras de la esquina de Zavala con la avenida Cabildo, en Belgrano, agarrara como vuelto una moneda dorada de diez pesos con el diseño del Sol logotipo de la bandera argentina estampada en la cara. La panadería de cuadra y media a la embajada tenía mucho más que flautitas, mignones, baguettes, prepizzas, y facturas. Entonces, como las monedas sirven para el vuelto y para mucho más, esta moneda fue a parar a un platito que estaba en la mesa de entrada de la embajada mexicana en Argentina.
Se puede decir sin cometer subversiones de ningún rango, que esta moneda presenció cómo una embajada se convertía en una cárcel, cómo un ex presidente era encarcelado allí sin juicio alguno, y cómo un gobierno que siempre había llevado el derecho de asilo como su estandarte cada vez que tenía que ir a la ONU, no se lo podía dar a tres personas que lo habían pedido con justas causas. Todo eso vio esta moneda.
Un día se apagó la luz y un golpe militar volvió a sorprender a los argentinos en medio de un asado trasnochado entre peronistas, montoneros y militares. 24 de marzo de 1976 a la madrugada: fecha del golpe. Resultó espeluznante que horas después del primer comunicado de la Junta encabezada por Videla, aunque de cabeza no se sabe muy bien qué había ahí, el famoso tío Cámpora y su hijo salieron corriendo a la embajada mexicana para pedir asilo político. A unas horas de consumado la cup d’eté, Cámpora supo que si quería seguir vivo y no terminar como Aramburu terminó con los Montoneros, agujereado, tenía que salir del país ya mismo.
Pero las cosas no resultaron como en muchos otros casos en donde un perseguido político pide un conducto para asilarse en otro país en donde su vida y la de los suyos estén a salvo. No, no: acá fue otro el cuento. México, el país que con un partido político casi único, heredero de lo que quedó de la revolución mexicana más de cuarenta años después, era uno de esos países que a mediados de los 70 nadie entendía muy bien. Digamos que nadie sabía bien qué quería lograr un gobierno con una política pro asilo a comunistas y zurdos de todo el mundo, cuando unos años atrás había matado un buen número de estudiantes dizques socialistas y rojos en una manifestación en la plaza de Tlatelolco. Quizá cuestiones de corte estratégico de la más pura cepa de la CTM, la central de obreros que el PRI supo conseguir, hicieron que México trajera perseguidos políticos izquierdozos de toda América del Sur y así sacar la mano para doblar a la izquierda y terminar doblando a la derecha. Quién sabe...
Justamente, como diría el General, la cosa se puso brava cuando Cámpora llegó a la embajada de México y el embajador le dijo que mejor encarara para otro lado. Simplemente no le quería hacer caso al tío. Además, a nadie le importaba que en ese territorio considerado mexicano pero en el barrio de Belgrano, una figura de medio pelo, pero con razones suficientes para estar pidiendo asilo, sea acompañado por los policías consulares a la puerta de entrada por donde había llegado sin tocar el timbre. El tío llegó sin tocar el timbre y no lo querían dejar entrar, "así de sencillito", le dijeron.
¡Qué horror! Sí, pero el que se empezaba a vivir de golpe en la Argentina. "De golpe, el golpe", dijeron en los pasillos del edificio de la Marina y Campora salió de su casa y empezó a correr, por no decir temer.
"Y, por nada no era que el tío insistía en entrar a la embajada", advierte la moneda testigo. El tío no había hecho mucho, pero sus amigo sí. Era el amigo del difunto, pero posible vivo, General Perón; el tío de una tal juventud maravillosa; el odontólogo de Avellaneda que después fue delegado en Madrid. Es decir: el tío era mucho para un personaje de medio pelo. Y una historia sanguinaria como la de la dictadura militar argentina de 1976, no podía dejarlo pasar así nomás.
"El embajador de México no lo dejaba entrar al tío a la embajada y darle asilo, no por razones políticas, sino por razones culturales. Y si no dejás de joder haciéndome rodar de un lado para el otro de la mesa, no te puedo hablar con claridad", dice la moneda que hizo buenas migas con Abal Medina, el dirigente de la Juventud Peronista leal a Perón que mientras esperaba su asilo a México, estaba un rato preso en la embajada junto al tío y su hijo.
Entonces, entre una cosa y otra, un testigo oculto que está en el lugar indicado en el tiempo justo, puede contar vericuetos de la historia política de un país. Al tío Cámpora, a su hijo y a Abal Medina se la hicieron de cuadritos, se la contaron en chino y con retroactividad por cuestiones que vaya uno a saber qué tenían que ver con nada. No los dejaban entrar a la embajada para pedir el asilo que los salvaría de la represión de los militares golpistas, de la más que segura tortura y de pasar lo que otro tanto de miles pasó, un largo letargo hasta el final del dolor.
El tío Campora llegó y trató, por ser el ex presidente de los argentinos, aunque sea por 45 días, de que el embajador mexicano le dieran el conducto para ser asilado en México. Ya que el tío y su familia habían vivido en México en 1975, cuando el gobierno de Isabelita y López Rega lo fletó y lo mandó a México como embajador, la idea de pedir asilo en ese país no era tan descabellada. Pero el trato de embajador a embajador no resultó tan efectivo como el tío esperaba, y el representante mexicano, Roque González Salazar, supuestamente en nombre del presidente Echeverría, ninguneó al tío y su apuro por entrar a la casa.
No fue sino hasta que llegó un Ford Falcon verde con cuatro o cinco bigotudos arriba, hasta que lo dejaron entrar, quizá porque la cosa no estaba como para arruinar el desayuno del embajador a las 12 del mediodía. En fin, "como en México el desayuno de un político priísta puede durar o empezar hasta cuando se le dé la gana a él, me contaban en la embajada algunos que no se animaban a decir sus nombres por miedo a represalias, el embajador no tenía muy buen humor para cuando llegó Cámpora sudado y trabucado". Nadie nunca pensó en la capacidad cognitiva de una moneda de 10 pesos. La prueba está en este relato.
¿Qué pasó realmente? ¿Qué sucedió después de que la policía consular soltó al tío Cámpora porque el embajador mexicano, Roque para sus cuates, al final lo dejó entrar a la casa? ¿Qué tiene para contar un testigo como una moneda de la época? ¿Qué había entre el gobierno de facto de Videla y el priísta de Echeverría? ¿Por qué la ligó el tío? En breve, la continuación de esta historia desconocida sobre las relaciones Argentina-México y la violencia política de los 70. La historia, más bien, sobre cómo una moneda pudo estar en el lugar que, desgraciadamente, tomó al tío Cámpora para la pacotilla. Stay tune-in.