viernes, 20 de marzo de 2009

Cuando el tío notó que iba a pasar más que un rato en la embajada

Esperando en vano, nadie se animaba a decir si el tiempo se iba a alargar más o no. La soledad en la casa de Arcos 1650, la casa que años atrás había sido adquirida por el gobierno mexicano para instalar ahí su nueva embajada en Argentina, lo decía todo. El embajador Gonzáles Salazar había ido de viaje a México, según para tratar urgentemente el asunto del asilo del tío Cámpora, su hijo y Abal Medina, quienes hacía más de seis meses estaban sin poder salir de la embajada mexicana, esperando por los conductos para el famoso asilo político. No reinaba la calma ni el pánico: los huéspedes sabían que si esperaban a que Roque, un tipo muy campechano, arreglara las cosas, algo iba a tener que pasar aunque más tarde que temprano. Pero algo iba a tener que lograr Roque ahora que estaba en México, tramitando el asunto en la Secretaría de Relaciones Exteriores que más bien operaban en la presidencia.
De hecho, en México, Luís Echeverría contaba sus últimos días como presidente porque, después de una campaña muy dura como candidato único al puesto, estaba por asumir López Portillo. Por lo cual, aunque Roque no había dicho ni prometido nada que alguien escuchara sobre el tema en la embajada, las cosas iban a tardar para que salieran bien. Tampoco se trataba de molestar al presidente entrante, haber si después de Buenos Aires mandaba a Roque a un destino menos movido, y eso ya es mucho decir de una ciudad como Buenos Aires en septiembre del 76.
Las pequeñas anécdotas de esa vida tipo conyugal en la embajada mexicana, en la Argentina del Proceso militar, no se pueden explicar fácilmente. Ser testigo oculto no es pena para ninguno, y escuchar como inmaduro qué se andan diciendo los unos y los otros no puede quedarse en el más allá de una moneda. Cantidad de pensamientos que se suelen perder transcurren hasta que se espera ser tomado por alguien que quiere hacer algo, en algún lugar y con algún resultado circular para la suerte del deshonor. Y en eso, sin mirar adonde estaba el platito con monedas y una estampita de la Virgen de Guadalupe, el tío Cámpora se puso a cebar mate y a charlar con su hijo.
“Acá entre nosotros hijo, en caliente, me parece que nos van a tener un rato acá adentro”, dijo el tío mientras pasaba el mate.
“No te calentés viejo, total estamos como queremos: tenemos televisión, radio, nos llegan los diarios y, encima, nos hacen de comer”, le respondió el hijo de Cámpora, que se llamaba Héctor como su papá.
“¡Ma’qué estamos bien, hijo!”, lo miró fijo el tío a su hijo. “Nos tienen encerrados sin poder salir a ningún lado por quién sabe cuanto tiempo más. Ya llevamos seis meses y ninguna noticia, ni siquiera de que podemos salir al jardín de la casa a tomar un poco de aire fresco”, dijo el tío, que tenía miedo que algún francotirador le volara el sobrero de un tiro.
“Bueno, viejo”, le respondió Héctor a su padre que se estaba tomando un mate con la mirada cabizbaja.
Eran como las cinco de la tarde. Y como todos los días desde que había ingresado a la embajada como un bizarro huésped de lujo, el tío se tomaba unos mates con su hijo mientras leían los diarios de la mañana, estudiaban la situación y esperaban a que en la entrada de la casa, allí junto al plato con la moneda posada para la posterioridad, llegara la 6ª de La Razón, el periódico vespertino. Mientras tanto, de los salvoconductos para llegar a asilarse en México, bien gracias.
“¿Leíste lo que dice el diario?”, preguntó el hijo del tío, justamente, al tío. “Dice que si los Montoneros no se entregan ya, el gobierno no va a dejar tranquilo a su comandante en jefe retirado”.
“¡¿Y quién carajo es el teniente comandante de los Montoneros y de los revoltosos?! ¡¿Yo?!”, le respondió el tío un tanto quemado por el mate caliente y la noticia. “Firmenich, Dante Gullo de la JP, Gorriarán Merlo del ERP, ¿dónde carajo están esos mocosos irresponsables? No que me dejaran pagando el pato, porque el General tenía planes mayores, pero que hijos de puta esos pendejos de la juventud maravillosa”, aclarando los tantos, dijo el ex presidente de los argentinos por unos días de 1973.
“Sí. Si esos no se entregan, o si no aparecen, nosotros acá vamos a estar, porque los militares quieren tener a alguno adentro: o a ellos o a nosotros”, le dijo Héctor en un momento de lucidez politóloga. “Pero entonces viejo, ¿cómo esperás que salga todo esto? ¿Vamos a conseguir ir a México? Que ganas de ir a Coyoacán, viejo…” le aseguró Héctor al tío, con una nostalgia de no sé qué pero sí por qué.
“Bueno, hijo, vos quedate piola que vamos a estar bien. Acá a los tiros no nos van a venir a buscar, y a las patadas no nos van a sacar estos mexicanos. Total que con Roque está todo bien y él está laburando el asunto allá con el presidente Echeverría”, le dijo el tío a su hijo con tono consolador.
El problema, siempre los hay, se planteaba porque el tío no sabía, y no supo sino hasta días después, que Echeverría ya no mandaba en el país de los mexicanos. El PRI había designado en elecciones populares a López Portillo como premiere del país azteca y unos días atrás, Roque se había enterado que para el año que entraba él regresaba al DF.
Las cosas de ese modo, ¿qué le iba a decir la radio a Cámpora? ¿Cómo iba a seguir esta historia del asilo disfuncional?
“De hueva, como dicen los mexicanos”, soltó Abal Medina cuando pasó a agarrar su ejemplar de La Razón y volver a su cuarto a estudiar. ¿Estudiar? En fin, ¿qué más puede escuchar una moneda dorada con un sol en la cara? ¿Barbaridades?

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