Apoltronada en un platito de plata en la entrada de la embajada mexicana en Argentina. Esperando salir a la calle para que, así como si nada, una persona se apodere de ella y sea su dueño por un tiempo indeterminado. No que la belleza pueda o deba tener dueño, pero una moneda cuando es vigente y de curso legal pasa de mano en mano: no es de nadie. Y la belleza sigue intacta, porque al revés que los billetes, las monedas no se manchan con la prostitución. Una moneda de 10 pesos en la Argentina de 1976 podía ser un día de un embajador, estar en posesión claro está, y al día siguiente estar en las manos de un chofer de colectivos y seguir siendo tan brillante como siempre. Pero las monedas, aún, no tienen dueño. En todo caso, el dueño de la moneda es el Banco Central o la Reserva Federal o el FMI, pero alguien es el dueño de la pelota. En ese año, en Argentina, decían a los cohetazos que empezaba a ser Martínez de Hoz, Miami y Videla.
Apoltronada en el platito, junto a otras moneditas de 5 pesos y una estampita de la Virgen de Guadalupe; no es posible describir fácilmente la cantidad de días que se puede permanecer de ese modo. Apoltronada, la moneda de 10 pesos no tenía otra cosa que hacer que esperar, mezcla de ansiedad e incertidumbre, a que una eventualidad sucediera. Lo cual generó, en este caso, una paradoja. Si las monedas no tienen otro destino que estar constantemente en movimiento, yirando como diría un taxista de Buenos Aires o rolando como diría uno del Distrito Federal, ¿cómo fue posible que esta moneda se quedara quieta?
Apoltronada en el platito, junto a otras moneditas de 5 pesos y una estampita de la Virgen de Guadalupe; no es posible describir fácilmente la cantidad de días que se puede permanecer de ese modo. Apoltronada, la moneda de 10 pesos no tenía otra cosa que hacer que esperar, mezcla de ansiedad e incertidumbre, a que una eventualidad sucediera. Lo cual generó, en este caso, una paradoja. Si las monedas no tienen otro destino que estar constantemente en movimiento, yirando como diría un taxista de Buenos Aires o rolando como diría uno del Distrito Federal, ¿cómo fue posible que esta moneda se quedara quieta?
“México, Distrito Federal. México, Distrito Federal…”, empezaba una canción popular de por aquellos tiempos en Tepito. Pero el tiempo de esta moneda y esta historia transcurren en la embajada mexicana en Argentina, en el barrio Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires.
La paradoja, entonces, se desató cuando la moneda de 10 pesos empezó a quedar en ese platito de la entrada. No se sabe por cuál motivo la ama de llaves de la casa, Doñita como le decía, nunca usó esa moneda para comprar el pan, darle una propina a un cadete o a ese muchacho mexicano que vivía en Buenos Aires y hacía antojitos para la selecta delegación de la cancillería mexicana en Argentina. A nadie se le hizo oportuno manotear el platito que estaba justo en la mesa de recepción de la embajada y agarrar esa moneda. El destino hizo que esta moneda de 10 pesos quedara ahí desde el día que la trajeron de la panadería, el mismo día que el tío Cámpora y su hijo llegaron de manera azarosa a la embajada de México para pedir asilo por persecución política.
Cuando el tío Cámpora llegó a Arcos 1650, la moneda recién apoltronada tampoco imaginó que el huésped que acababa de entrar a la casa medio a los topetazos iba a permanecer allí por tiempo indeterminado. Otra paradoja, porque si bien es inimaginable que una moneda de 10 pesos vigente en 1976 quedase inmuta por años, cuestiones de inflación aparte, que una persona que pide asilo y que, mientras arreglan el asunto, se queda presa en la embajada del país que se presta para otorgar ese derecho, es una paradoja más grande que una casa. “Ser moneda y ser un humano es distinto. Si no fuese lo que soy no hubiese podido quedarme ahí tanto tiempo y no considerarme a mí misma como un presidiario. Si no pudiese cerrar la boca, no podría escuchar”.
Tampoco es lo mismo que un ex presidente que hizo poco y nada para ser considerado un Montonero sea considerado uno, más allá de que el sincero de Firmenich alguna vez haya dicho que con el tío al gobierno los montoneros al poder. Esa paradoja (“¿era el tío Cámpora un Montonero o nada que ver?”), se multiplicó cuando a ley de la atracción se hizo manifiesta el día inmediatamente después del arribo. El 25 de marzo de ese año, el primer día de la junta militar con Videla como primer mandatario, cuando por fin el tío Cámpora, su hijo y Abal Medina, que se había colado, podían considerarse a salvo de la muerte, se complicaron los procedimientos para que el gobierno mexicano, a través de su embajador en el país, le diera a los perseguidos políticos los conductos necesarios para que efectuaran su asilo.
Paradoja o no, “el que sí puede decir una intimidad del tío es alguien que puede decir que a él le gustaba el pan de campo en el almuerzo y para los mates prefería media docena de medias lunas de grasa, dos tortitas negras, dos granadas de dulce de leche y dos vigilantes. Por eso, sé que al tío no se le hacía nada raro que México no se pudiese comprometer con el gobierno militar de Argentina. Después de todo, el tío estaba totalmente persuadido de que el General Perón estaba muerto y que él valía tres carajos”. Con Isabelita en España, López Rega no se sabe bien dónde, Luder, Lorenzo Miguel y la JP en la nada, el tío Cámpora no despertaba el sueño del embajador Roque González Salazar. “Más bien, digamos, no le movía un pelo a él ni a López Portillo, que se preparaba para ganar la elección presidencial de julio de ese año. Sí, en marzo ya sabía que en julio iba a ser presidente”. Paradoja o no para un democracia, los hechos comprueban que el tío Cámpora se quedó más de cuatro años preso ilegalmente, remotamente, en la embajada mexicana en Argentina, mientras las gestiones diplomáticas para el asilo iban, venían, se quedaban congeladas y volvían a ir y venir, entre cócteles y comidas oficiales del gobierno militar argentino.
Otra paradoja del primer día que pocos pudieron notar, “ya que cuando se está apoltronada y no se sabe qué va a pasar con el destino personal, una presta más atención a lo que dicen alrededor”, en la embajada mexicana no sabían cómo llamar al nuevo gobierno de facto de Argentina y por eso no querían llamar a la armada para molestar por un asunto de asilo político. Una pendejada. ¿Era gobierno militar o la junta del Proceso de Reorganización Nacional, como a ellos les gustaba que los llamasen? “Esa paradoja dejó con la boca abierta al tío que no entendía nada. Abal Medina, que era uno de esos políticos jóvenes más de corte intelectual, comprendía que conseguir el asilo no era moco de pavo y que mejor se empezaran a familiarizar con la idea de estar en México, pero en el barrio de Belgrano y sin poder salir para irse unos días a Acapulco”.
Paradojas de la historia argentina, mexicana y mundial. El tío Cámpora y esta moneda de 10 pesos, resultó, no fueron tan poca cosa para la historia y los hechos que nos trajeron hasta aquí. Hechos que seguiremos investigando junto a esta moneda y sus amigas parlanchinas.
La paradoja, entonces, se desató cuando la moneda de 10 pesos empezó a quedar en ese platito de la entrada. No se sabe por cuál motivo la ama de llaves de la casa, Doñita como le decía, nunca usó esa moneda para comprar el pan, darle una propina a un cadete o a ese muchacho mexicano que vivía en Buenos Aires y hacía antojitos para la selecta delegación de la cancillería mexicana en Argentina. A nadie se le hizo oportuno manotear el platito que estaba justo en la mesa de recepción de la embajada y agarrar esa moneda. El destino hizo que esta moneda de 10 pesos quedara ahí desde el día que la trajeron de la panadería, el mismo día que el tío Cámpora y su hijo llegaron de manera azarosa a la embajada de México para pedir asilo por persecución política.
Cuando el tío Cámpora llegó a Arcos 1650, la moneda recién apoltronada tampoco imaginó que el huésped que acababa de entrar a la casa medio a los topetazos iba a permanecer allí por tiempo indeterminado. Otra paradoja, porque si bien es inimaginable que una moneda de 10 pesos vigente en 1976 quedase inmuta por años, cuestiones de inflación aparte, que una persona que pide asilo y que, mientras arreglan el asunto, se queda presa en la embajada del país que se presta para otorgar ese derecho, es una paradoja más grande que una casa. “Ser moneda y ser un humano es distinto. Si no fuese lo que soy no hubiese podido quedarme ahí tanto tiempo y no considerarme a mí misma como un presidiario. Si no pudiese cerrar la boca, no podría escuchar”.
Tampoco es lo mismo que un ex presidente que hizo poco y nada para ser considerado un Montonero sea considerado uno, más allá de que el sincero de Firmenich alguna vez haya dicho que con el tío al gobierno los montoneros al poder. Esa paradoja (“¿era el tío Cámpora un Montonero o nada que ver?”), se multiplicó cuando a ley de la atracción se hizo manifiesta el día inmediatamente después del arribo. El 25 de marzo de ese año, el primer día de la junta militar con Videla como primer mandatario, cuando por fin el tío Cámpora, su hijo y Abal Medina, que se había colado, podían considerarse a salvo de la muerte, se complicaron los procedimientos para que el gobierno mexicano, a través de su embajador en el país, le diera a los perseguidos políticos los conductos necesarios para que efectuaran su asilo.
Paradoja o no, “el que sí puede decir una intimidad del tío es alguien que puede decir que a él le gustaba el pan de campo en el almuerzo y para los mates prefería media docena de medias lunas de grasa, dos tortitas negras, dos granadas de dulce de leche y dos vigilantes. Por eso, sé que al tío no se le hacía nada raro que México no se pudiese comprometer con el gobierno militar de Argentina. Después de todo, el tío estaba totalmente persuadido de que el General Perón estaba muerto y que él valía tres carajos”. Con Isabelita en España, López Rega no se sabe bien dónde, Luder, Lorenzo Miguel y la JP en la nada, el tío Cámpora no despertaba el sueño del embajador Roque González Salazar. “Más bien, digamos, no le movía un pelo a él ni a López Portillo, que se preparaba para ganar la elección presidencial de julio de ese año. Sí, en marzo ya sabía que en julio iba a ser presidente”. Paradoja o no para un democracia, los hechos comprueban que el tío Cámpora se quedó más de cuatro años preso ilegalmente, remotamente, en la embajada mexicana en Argentina, mientras las gestiones diplomáticas para el asilo iban, venían, se quedaban congeladas y volvían a ir y venir, entre cócteles y comidas oficiales del gobierno militar argentino.
Otra paradoja del primer día que pocos pudieron notar, “ya que cuando se está apoltronada y no se sabe qué va a pasar con el destino personal, una presta más atención a lo que dicen alrededor”, en la embajada mexicana no sabían cómo llamar al nuevo gobierno de facto de Argentina y por eso no querían llamar a la armada para molestar por un asunto de asilo político. Una pendejada. ¿Era gobierno militar o la junta del Proceso de Reorganización Nacional, como a ellos les gustaba que los llamasen? “Esa paradoja dejó con la boca abierta al tío que no entendía nada. Abal Medina, que era uno de esos políticos jóvenes más de corte intelectual, comprendía que conseguir el asilo no era moco de pavo y que mejor se empezaran a familiarizar con la idea de estar en México, pero en el barrio de Belgrano y sin poder salir para irse unos días a Acapulco”.
Paradojas de la historia argentina, mexicana y mundial. El tío Cámpora y esta moneda de 10 pesos, resultó, no fueron tan poca cosa para la historia y los hechos que nos trajeron hasta aquí. Hechos que seguiremos investigando junto a esta moneda y sus amigas parlanchinas.
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