domingo, 31 de enero de 2010

el Bicentenario está salado

Tan salado está (el don Bicente) que mientras en Argentina usan el nombre que celebra los 200 años del comienzo de la indepencencia para pagarle la deuda al FMI, en México hacen monedas especiales y el IMER toma la posta de hacer una radio online para celebrarlo. "Radio 2010" (el Link está en la parte de Links de este blog numismático) es un ejemplo sobre lo que se puede hacer para celebrar los primeros 200 años de un país; El "Fondo del Bicentenario" es otro ejemplo de lo que se puede hacer. Argentina y México están en sintonía; por eso, este mes de febrero os traerá, "Monedas Bicentenarias", el espacio de las Monedas Parlanchinas que celebra con humor los 200 años de México y Argentina, dos países muy ligados en este Blog. Check it out!

jueves, 7 de enero de 2010

"Cristina empezó el año bien zarpada" (Editorial)

Empezó el año y la segunda década del siglo XXI. El 2010, el año que llegó vino con la primera columna editorial de las Monedas; para arrancar, la moneda conmemorativa de José de San Martín hace un ejercicio de inflexión intelectual para hablar a viva voz sobre un tema de hoy. Así es, el primer tema argentino del año es la remoción forzada del que era el jefe en el Banco Central de la República Argentina. Los dejamos en manos de Don José.

Cristina empezó el año bien zarpada
Por Don José

Un nuevo año indudablemente que viene lleno de sorpresas y cosas nuevas por descubrir, y digo indudablemente y no seguro porque a ése se lo llevaron preso. La presidente de todos los argentinos, Cristina, a la que muchos escritores poco ávidos de alguna que otra revisada al diccionario de nuestro idioma la llaman “la presidenta”, se mandó una olímpica. (Para aclarar al respecto, de por qué no se dice “presidenta”, pongo un ejemplo muy al tiro para mí que soy militar. Si una mujer ocupa el cargo de cabo, no porque sea mujer la van a llamar “caba”). Así que arranca el año del bicentenario y encontrarse con que Cristina, una tipa de unos cincuenta y tantos que ya se operó la geta varias veces, diga que porque es “Presidenta” ella manda a mudar al que ocupaba el puesto de presidente del Banco Central es una cagada, porque el tipo que era presidente del banco no podía ser rajado por Cristina ni por ningún otro presidente. Es decir, es una mala noticia para empezar el año. Ni se diga que en Argentina ahora es verano, vacaciones y que la gente no quiere saber nada de todo esto. Y bueno, a la tipa y su “dorima”, que ya que a los escritores se les da por hacer su oficio como se les hinche un huevo y la mitad del otro, yo hoy escribo, en lugar de “marido”, “dorima”, les importa tres carajos lo que piensen los demás. Y eso que estoy siendo bueno, porque “dorima” a ese bizco mal parido le queda corto. En fin, no se trata de ser agresivo y mala vibra, se trata de todo lo contrario; pero con lo del Banco Central, y hablando de política que es para lo que me pagan acá, la verdad que uno no tiene más que decir que estos gobernantes son de cuarta. Bueno, de cuarta no: de quinta son, y además son unos ladrones asquerosos. Son unos grasas.

miércoles, 6 de enero de 2010

Ezeiza y el catálogo de monedas (cuento-narración)

Para empezar el año y tener algo para leer, las Monedas Parlanchinas ponen en circulación un cuento corto de uno de sus amigos coleccionistas. La historia, ése es otro cuento. ¡Feliz año!


Para poder contar cómo fue que terminé estando en aquel episodio de la historia contemporánea, tendría que empezar por el principio. Desde pequeño coleccioné monedas. Vivía en un barrio de las afueras de la ciudad y me gustaba coleccionar algo material. Ya a los 8 años empecé con aquello y para los 12 tenía una lata llena de monedas viejas. No muy viejas. Monedas de unos 20 ó 30 años de antigüedad, pedazos de la historia reciente, repleta de cambios gubernamentales de monedas y denominaciones para quitarle o ponerle ceros a las cuentas del país. “Juntar monedas viejas y cajas de cigarrillos no es caro, hijo; mirá, acá tenés unas para que empieces”, me dijo un día mi padre que, pobre él, no le alcanzaba ni para el asado con cuero tan famoso por esos días.

La inflación, algo que no entendía y no entiendo hoy por hoy, me llevó a comprar un libro, un catálogo de monedas. Era el año del retorno peronista, del vote y vuelve, y el de los medicamentos del mismo laboratorio pero que venían con nombres diferentes cada dos o tres meses. Primero fue FRECILINA, después FREJUPO, después FREJULI. En fin, si bien ya tenía un par de décadas en mi haber y una colección de monedas interesante, no tenía un catálogo que se precie para un coleccionista, es decir, una persona como yo. Así, me mandé para el lado de Lavallol, en el suroeste bonaerense.

Salí de mi casa en la Paternal y me tomé un colectivo. Bueno, traté de tomarme un colectivo para ir a tomar el tren de la línea Roca hasta Lavallol, y me acuerdo que traté porque aunque quise no pude. Había una soledad inmensa en la avenida y ni la panadería de la esquina estaba abierta. ¿Un colectivo? ¡Estás loco! ¿Qué pasaba y yo ni enterado? Que vuelve el General en el avión negro y que por eso ni una mosca en calle. Que mejor me tomara un taxi. Que sos un salame con queso. ¡¿Un catalogo de monedas; justo hoy?! De todo me decían, y yo ni la hora. Mucho tiempo después, en la doble A, me di cuenta que lo mío con las monedas era adicción… estaba ciego.

No estaba seguro si me iba a alcanzar para un taxi, así que después de haber escuchado eso de que volvía el General, por Juan Perón, el primer innombrable de la historia que ahora sí volvía para quedarse, regresé a mi casa. Cuando llegué, rápido porque mi morada quedaba a dos cuadras de la avenida, no había nadie. Fui directamente al jarrón donde mi estimada madre guardaba los vueltos del almacén y, cual adicto a lo que sea, en mi caso la numismática, agarré todo lo que había. Con ese dinero me tomé el susodicho taxi para ir a Lavallol a por mi preciado catálogo con información numismática.

Cuando me tomé el taxi llovía como la gran siete. “Viste pibe”, me dijo el taxista cuando me subí, “un día peronista, así que digamos, no es”. El tipo se reía y yo no entendía qué me decía con eso. “Un día peronista: un día de sol, como para ir a la plaza a meter las patas en la fuente”, me aclaró. Seguía sin entender, o querer entender lo que me quería significar con eso, pero igual esbocé la sonrisa obligada por la pauta social. Pero este taxista era un típico bonachón que estaba pisando la raya de los sesenta años y mostraba que, aunque la escuela no la había terminado, la frase de que no hay escuela que enseñe a vivir era verdad. El tipo era una buena persona y disfrutaba del taxi e inclusive de los clientes mustios como yo.

Llegando a la General Paz, el taxista, como queriendo romper el silencio que había en el coche, me pregunta que qué iba a hacer a Lavallol. Miré por el espejo y sus ojos curiosos y conversadores estaban sobre mí; “a comprar un catálogo de monedas”, le respondí seco. “¡Ah, monedas!”, me dijo excitado. Resulta que al taxista también le gustaban las monedas y el significado histórico que éstas tienen. Tengo que decir que si bien me dio gusto que al taxista le interesase el coleccionismo de monedas antiguas como a mí, la verdad me importó poco. Yo nada más pensaba en que el dinero me alcanzase para dar saldo a mi nueva adquisición.

En eso, el taxista insistió con arrancar la charla y me dijo señalando a una casa por la que íbamos pasando: “ahí, pibe, viven unos gitanos que tienen monedas a rolete; no sabés qué hijo de puta que es el gitano”. Me contó que al gitano en realidad le decían Turco y que no querían mostrar su colección de monedas porque de su casa no sacaba nada, no fuese a resultar que algún malentendido quisiese sacar también a su hermana menor. “Este gitano es un personaje”, me dijo, y siguió contando que una vez un par de “gitanitas”, como él les decía, se subieron al taxi y que las llevó hasta General Rodríguez. “Y, viste, las pibas laburan de eso; entonces paramos al costado de la ruta y, ahí donde estás vos, me hicieron un trabajito que ni te cuento”, dijo el taxista mientras no paraba de reírse de su memoria.

El viaje seguía y yo, que prestaba y no prestaba atención a lo que este sabio de los cien barrios porteños me contaba, quería llegar a Lavallol. Pero cuando llegamos a la intersección de General Paz y la autopista Richieri nos topamos con la realidad del día: los colectivos escolares alquilados por los sindicatos habían bloqueado los accesos. “¡La puta que los re mil parió!”, esa fue la única frase que atiné a decir en casi todo lo que iba del viaje. Y bueno, la cosa era así. Según me dijo el taxista y yo no sabía, la autopista Richieri estaba cortada porque todos los peronistas, “un par de millones, pibe”, se estaban movilizando para ir a recibir al puto del General Perón que llegaba a Ezeiza. ¿Puto? “Sí, puto”, reafirmó el taxista que cada vez me caía mejor.

“¿No ves el quilombo que estos negros de mierda están armando porque el culo roto del lider vuelve?”, me dijo enojado por el tráfico el taxista. No queriendo abundar pero abundando sobre el asunto del tráfico, que a mí en lo particular me interesaba porque era el obstáculo entre el catálogo de monedas y yo, este buen hombre de sesenta y pico de años me dijo que cuando fue aquel 17 de octubre de 1945, él ya estaba arriba del taxi girando y que, al igual que ahora, los negros cabezas no lo dejaban trabajar en paz. “Que se pongan a laburar”, le dije como para quedar bien. No sé por qué quise quedar bien, pero al taxista le gustó el gesto y arremetió por el costado del camino, tocando bocina y puteando por la ventanilla a los que caminaban por la Richieri.

Ahí agarré confianza y le pregunté que por qué la gente quería ir hasta el lugar donde supuestamente Perón iba a hablar, si no iban a ver nada. “Y es que”, me aclaró con una entelequia de barrio ejemplar, “estos boludos no vienen a ver, vienen a ser”. A ver, frená un poquito la moto, pensé. “¿Cómo que vienen a ser?”, le pregunté. Para el taxista esta gente venía a ser parte de la historia, a tomar parte, porque si todos estos salamines no venían, la historia de Ezeiza y el regreso del viejo, no iba a poder ser escrita con titulares mayúsculos. No lo entendí, pero por cómo hablaba seguro que algo de razón tenía este típico taxista porteño.

Llegamos y compré mi preciado catálogo. Volvimos escuchando la radio que narraba el despelote que se estaba armando a los tiros en Ezeiza. Resulta que, para cuando llegué a mi casa con mi nueva adquisición, como cuatro horas después de haber salido, no había nadie. Buscando un cigarrillo para regalarle al taxista que me esperaba afuera, ya que el tipo fumaba y yo no tenía lo suficiente como para pagarle por todo el viaje a Lavallol ida y vuelta, encontré un papelito con una nota de mi papá. “Fuimos a Ezeiza con los del sindicato. Volvemos en un par de horas. Besos: papá y mamá”, decía la nota. Salí sin entender para darle al taxista el cigarrillo de propina y, justo ahí, entendí: en Ezeiza se estaban cagando a tiros entre los peronistas de verdad y los otros peronistas de verdad, nada más para ver quién de los dos grupos llegaba a estar más cerca del escenario donde iba a hablar el puto, como me explicó el taxista, del General Juan Carlos, digo, Domingo, Perón. Entre esa multitud estaban mis padres de quienes no supe nada más.

Después, tiempo después, el catálogo lo usé para vender a buen precio mis monedas viejas y sacarle algo de jugo a ese solitario y mal trago.




martes, 5 de enero de 2010

2010: ¿Qué le pedirías a los Reyes Magos?

En una cruzada de aquellas, el staff de las Monedas Parlanchinas, con el Patotas Morelos a la cabeza y de la cabeza, pone los zapatitos, el agua y el pastito junto al arbolito para dejarles nuestro encargo a los Reyes Magos (sí, con el Negro Basaltar y los otros dos).

¿Qué le pedirías a los Reyes Magos para este 2010?
(deja tu cartita)