jueves, 17 de diciembre de 2009
¿Cómo canta la historia? (en un cuento corto de ficción)
A cada rato que pasaba por ahí, como no queriendo dejarse notar, se acercaba a la vitrina para mirar esa moneda tan especial. El dueño del negocio de numismática sabía que no la iba a comprar, sabía que como todas las tardes nubladas este transeúnte solamente quería mirar la vitrina y nada más. Solamente se lo veía absorto con ese pedazo de plata que en 1798 valía 8 Reales; una moneda de la Nueva España, el Virreinato que el imperio español de los borbones tenían en América del Norte.
El dueño del negocio de monedas antiguas sabía que esa moneda de Carlos IV había vivenciado muchos eventos de la historia, pero no sabía que Carlos IV y este transeúnte que nunca compraba nada mantenían un affair.
A ver. En el reverso de la moneda, las letras “F” y “M” levantaban una historia que el transeúnte hacía suya, ya que eran las letras que identificaban a los talladores de las monedas, es decir, quienes hicieron los diseños y los moldes. La letra “F”, la que este muchacho entusiasta de la numismática miraba con fijación, era la letra del tallador Francisco Arce Cobos, quien era su tátara-tátara-abuelo.
Nadie, y mucho menos el dueño del negocio, sabía de este dato. Pero ese es otro cuento. La fascinación venía porque, así como un perro o cualquier mascota puede ser testigo especial de la historia de una familia, esta moneda había estado ahí cuando todo pasó y México nació. La moneda de Carlos IV había estado desde finales del siglo XVIII, cuando en la Nueva España los criollos como el tallador don Francisco no querían más ser atacados por los indios del valle de México. Por eso eran leales a la corona; además, de no ser por la corona y por el Rey, que cada vez que venía a México le encantaba probar el estilo de vida mexicano, los criollos hubiesen sido vencidos por los nativos que no querían ser gobernados por una casta que se decía superior en raza y cultura.
El transeúnte bis-bis-bis-bis-nieto de Arce Cobos (don Pancho para los cuates), sabía que esta moneda portaba, además de un diseño barroco, una especie de memoria pródiga sobre la vida y obra del país. De haber sido usada para comprar o pagar lo que sea, a pasar a ser parte del motín que los revolucionarios independentistas robaron de la hacienda de San Francisco en 1811, esta moneda antigua sabía demasiado sobre lo que no se escribió de la historia colonial. Sabía que, por ejemplo, si bien los ricos y blancos se escapaban de la ciudad para no ser parte de los enfrentamientos entre Realistas e Independentistas, también sabía que escapaban porque los revolucionarios necesitaban de sus riquezas para financiar su idea de ser parte de un país independiente y soberano.
Lo curioso era que, mientras el transeúnte miraba absorto la moneda de Carlos IV, el dueño del negocio no sabía por qué miraba tanto a la moneda; parecía que algo le estaba diciendo. Y sí, le contaba la historia que vio, mientras estuvo en fuga junto a su creador y tátara-tátara-tátara-abuelo del joven entusiasta del coleccionismo de monedas. Por ejemplo, le contaba sobre el contexto social de la Nueva España en los albores de la independencia:
“El pilar de cuando se empezó la economía colonial de Nueva España era la explotación de esclavos. Durante la segunda mitad del siglo XVIII la producción minera vivió una de sus mejores épocas. La producción de oro y plata (los dos metales más importantes para la minería novohispana) se triplicó en el período de 1740-1803 (Villoro, 1989: 594). Asociados a esta importante actividad, existía un complejo de ramos económicos que de una u otra manera se vieron beneficiados por el auge minero. Por ejemplo, los grupos de comerciantes que controlaban el tráfico entre la colonia y España; o bien, los dueños de las comarcas agrícolas que abastecían a los principales centros mineros o comerciales en todo el país (el valle de Puebla, asociado a la ciudad de México, o el Bajío, vinculado a las minas de Zacatecas y Guanajuato).
Sin embargo, con las Reformas borbónicas, puestas en marcha desde la metrópoli, se fueron desarrollando nuevas ramas económicas en Nueva España. Aunque en general, las reformas representaron un cierto aliento de cambio a los casi tres siglos de continuidad en el sistema colonial, el beneficio para los diversos grupos de la sociedad novohispana no fue igual. Las clases bajas no vieron grandes variaciones en su situación subordinada. Pero quienes vieron profundamente afectados sus intereses fueron las familias vinculadas con el comercio exterior. Por aquella época, el comercio entre Nueva España y la metrópoli se realizaba exclusivamente por medio del puerto de Veracruz. Esta es la razón de que los comerciantes de esa ciudad tuvieran tan grande influencia en la política y la economía de la colonia.
Pero con la declaratoria de libre comercio entre las colonias y la abolición del monopolio veracruzano, crecieron en poder y número las cámaras de comerciantes en otros puertos de Nueva España. Este fue uno de los factores que contribuyeron al auge minero de finales del siglo XVIII. Puesto que las familias de comerciantes habían visto amenazadas sus inversiones e intereses, trasladaron buena parte de su capital a la industria minera. Los espacios vacantes fueron ocupados en muchas ocasiones por los americanos. Los criollos de las colonias españolas ocupaban una posición inferior con respecto a los peninsulares (designados en el habla mexicana como gachupines) en la estructura de la sociedad virreinal. Sin embargo, no eran un grupo del todo despojado de importancia específica: por ejemplo, en Guanajuato las minas más importantes de la región se encontraban en manos de familias criollas. Por otro lado, la apertura derivada de las reformas borbónicas de finales del siglo XVIII, propició el crecimiento de una pequeña clase media de extracción americana. Así mismo, cabe destacar que dentro de los antecedentes del proceso de la independencia nacional, jugó un papel importante el desarrollo del nacionalismo criollo, que exaltó la riqueza cultural de los indígenas a fin de revalorar la tierra donde habían nacido y proyectarlo como un elemento de identidad”.°
Cosas así le cotaba la moneda al transeúnte. Parte de la historia que, como nadie nunca le preguntó, nunca contó. Pero fue la historia que esta moneda presenció: la historia que todavía continúa viviendo y, diría el dueño del local de numismática, "sufriendo, porque con clientes así mejor bajamos la persiana".
° Wikipedia, "Independencia de México".
Etiquetas:
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