sábado, 25 de julio de 2009

La tortura de un argentino y sus monedas argentinas en Inglaterra: Dulce de leche chileno

Un pobre hombre luchador del sindicato de la birome tuvo que dejar su país antes de lo pensado. Las razones nunca se supieron, pero puede que el haber editado unos libros del Che Guevara haya tenido algo que ver con su exilio. Sin embargo, ni él ni sus amigos llegaron a saber la verdad de la cuestión.
Así se fue. Sin tiempo para levantar las cosas que se hubiese querido llevar de tener más tiempo para preparar su viaje; este pobre hombre juntó en quince minutos lo que otras personas que viajan por placer acomodan en tres días y medio. En esa situación de vida o muerte, hostigado por un régimen militar perseguidor de personas de pelo largo, el editor de los cuadernos del Che tuvo que irse con apenas lo puesto, un bolso diminuto al hombro, un cepillo de dientes y un desodorante.
En ese bolso que bien algún hippie pudo haber usado en la primera edición del BA Rock, este desgastado hombre partió al destierro, a un país que por ser el de sus antepasados encontró fácil y natural de ir. Se trataba de Inglaterra, país que como se sabe mantiene desde fechas lejanas un enclave colonial en el Atlántico Sur. Así, lo que se pudo llevar este hombre fueron pocas cosas, entre ellas, unas monedas que por entonces él usaba todos los días para tomar el subte.
El viaje fue largo, pero no tanto como el de sus bisabuelos que viajaron en barco de vapor. Una vez en Inglaterra, en Leeds, de donde eran sus familiares lejanos, este hombre tuvo que someterse a la distancia y a la tortura de abandonar su país por cuestiones que sólo se saben en el cuarto oscuro de aquellos que planean un golpe de estado totalitario y despiadado. Quizá, en una de esas, la peor tortura que supone el exilio forzado (claro, si no cómo sería exilio), sin dudas, puede ser sabido por el paladar, la parte de la boca con capacidad para gustar de las diferentes variedades de la cocina internacional o de mamá.
En esa oportunidad, el exiliado en Leeds llegó a sentir la desahuciada humanidad en su fuero íntimo: sin dulce de leche, sin tostadas con manteca y dulce de leche, sin leche chocolateada, sin alfajores y sin facturas, del lado de los dulces; sin asado, pizza, ravioles, ñoquis, tarta de jamón y queso, milanezas a la napolitana, empanadas fritas y al horno, y bife a la plancha con fritas, por el lado de los salados. Es decir, si bien la oportunidad de contar con sangre anglo permitió que esta persona exiliada mantenga su vida sin conocer la tortura de la picana, la falta de variedad alimenticia de los ingleses, o lo desabrido de sus variedades, hizo estragos para la vida del exiliado recién llegado menos conocido de las islas británicas.
Pero como no queriendo la cosa, el destino le jugó una pasada intrépida en un mercado a este personaje desterrado. Un fin de semana, caminando en una de las calles comerciales, a pocos días de haber llegado desde Argentina, decidió ponerse el mismo saco con que partió de Buenos Aires y salir a comprar algunos víveres. Así fue que para su pasmada satisfacción, típica de un sindicalista de la birome en épocas de las 62 Organizaciones, encontró unas monedas argentinas en el bolsillo izquierdo de su saco. “Del lado izquierdo, del lado que late el corazón”, pensó para sí, con una sonrisa en sus labios, esta pobre persona recién asilada en Leeds.
Jugueteando con las monedas en su mano, y pensando en lo distintas que las monedas argentinas eran a las monedas inglesas, amén de las diferencias de valor entre los pesos argentinos ley y las libras esterlinas, encaró la puerta del mercado local. Tal cual las monedas argentinas pudieron constatar, el amigo del sindicalismo de la birome argentina no traía una cara muy entusiasta con lo que veía en los anaqueles. Y sí, más allá de la tristeza por el exilio, las góndolas del mercado inglés no estaban muy surtidas.
“Pero de repente, milagro”, como lo describió una de las monedas testigos de aquel atardecer inglés: ¡una latita de dulce de leche posando solitariamente en la góndola de ofertas importadas! “Fue como un oasis en el medio del desierto”, recuerda la moneda también exiliada por razones desconocidas. Fue increíble, la lata de dulce de leche en el destierro fue como plantar bandera con la dignidad que un exiliado a veces no puede darse el gusto de mostrar. Todo un evento patriota para este exiliado que, además, plantaba bandera argenta en tierra Gurka.
Dulce de leche, la esencia de la Argentina profunda, porteña, inmigrante, criolla, gringa de la pampa, gaucha y demás: “el elixir de los dioses que para nada tienen que ver con argentinos como Videla y compañía”, pensó el amigo con añoranzas de gourmet bien argentinas.
Con la emoción que no había podido sentir cuando Argentina salió campeón del mundo meses atrás, porque andaba de prófugo, el pobre exilado argentino tomó la lata de dulce de leche y fue a pagar. De camino a la caja, su pecho se inflaba cual globo de Parque Patricios ganándole a San Lorenzo por goleada. Pero de repente, en la fila, la bandera de argentinidad al palo que había plantado unos minutos atrás en el mercado de Leeds se cayó, se quemó, se borró. El dulce de leche no era argentino; la lata decía made in Chile by Nestle.
El Plan Cóndor había tomado una pequeña victoria en contra de los pobres exiliados como este amigo argentino sindicalista de la birome. “La tortura cerebral o mental por la falta de un dulce de leche de verdad fue tremenda”, resumiría después la moneda argentina que vivió todo ese destierro sufrido y no querido. ¿Cómo que el dulce de leche se hace en Chile? La respuesta que dio la lata que arriba de dulce de leche decía La Lechera, fue una de las formas de tortura más penosa, rara y argentina de todas: la de no poder plantar la bandera de la argentidad, con dulce de leche, tango, asado y todo lo demás, cualesquiera el lugar del mundo en el que un argentino se encuentre.

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