domingo, 7 de febrero de 2010

El examen de historia y la moneda cristera

Para muchos coleccionistas que en el fondo siempre gustaron de saber qué hay detrás de un objeto de colección, como puede ser una moneda, el caso de Ricardo Tapia, un estudiante de secundaria bastante indisciplinado, no viene al caso. De todas formas, la historia de Ricardo Tapia siempre fue una de las “cautivadoras”, según una moneda de 1926 denominada por su valor, veinte centavos, y en referencia a quienes la acuñaron, los cristeros. Es decir, “20 centavos cristeros”.

Ricardo Tapia para nada fue la clase de alumno de secundaria que pudiese llamar “estudioso”; por el contrario, era lo que muchos reconocen como un “desmadre”, un vago. Era alumno de la escuela normal número 2 de la ciudad de Puebla y, para ser prolíficos al contar su historia, como estudiante era excelente jugador de dominó. Digamos que el joven tenía su chiste.

Pero lleguémosle al punto: la moneda cristera, Ricardo, y el origen de la guerra de los cristeros. Crease o no, esta moneda de 20 centavos y Ricardo se encontraron en un examen de historia. El señorito Tapia no tenía idea, la maestra lo miraba como sabiendo que no había estudiado para su examen de historia, que no sabía nada, vaya. Pero lo que la maestra no sospechaba ni en el más ínfimo de los sospechares es que Ricardo juntaba monedas y que justo traía una con un buen de historia consigo. Así, los fenómenos inexplicables de la física cuántica tomaron lugar y la moneda vino a ser la soplona de Ricardo, es decir, su salvación en el examen.

Eran las nueve de la mañana y Ricardo con cara de acá no pasa nada, leyó la pregunta de su examen de historia mexicana. Tenía que hacer un ensayo; ¿que qué?

¿Dónde y cuándo se originó la llamada “guerra cristera”, y qué sucedió?

En eso, la moneda que Ricardo tenía en su estuche junto al corrector porque esperaba impresionar al “Chaparro” Domínguez, que también juntaba monedas y estampillas, empieza a soplarle la respuesta al buen Ricardo. Ahora sí que, como dirían en la televisión, crease o no empezó a soplar la respuesta:



“El país atravesaba por tiempos difíciles económica y políticamente hablando. Muchas circunstancias llevaron a una situación muy tensa. El Artículo 130 de la Constitución de 1917, o el cambio de éste, empezó el conflicto cristero: el desconocimiento de la personalidad jurídica de la Iglesia, la tipificación del sacerdocio como una actividad profesional con las obligaciones fiscales de cualquier profesionista, la limitación de sacerdotes según las necesidades de cada entidad y el requisito de que los sacerdotes debían ser mexicanos, entre otros preceptos. Calles aplicó como Presidente de la República el plan antirreligioso que había iniciado como gobernador provisional de Sonora.

A principios de 1925, se pretendía crear en México una Iglesia separada del Papa, para lo cual, se le encomendó al sacerdote José Joaquín Pérez encabezar este proyecto desde un templo de la Ciudad de México que fue tomado por la fuerza. Los católicos veían con gran temor el advenimiento de Calles al poder, ya que proyectaba la creación de una iglesia ‘Mexicana Independiente’, como lo declaró el viejo sacerdote Joaquín Pérez el 21 de febrero de 1925 en el antiguo Templo de la Soledad, edificado en 1534”.
Sin creérsela todavía o sin siquiera dar crédito de lo que estaba pasando, Ricardo siguió escribiendo lo que la moneda la estaba soplando en voz bajita.

“Mientras tanto, en Tabasco, el Gobernador Tomás Garrido Canabal, radicalmente absolutista y anticlerical, decretaba medidas a través de la legislatura que exigían al presbítero tener más de 40 años de edad y ser casado, para poder ejercer el culto católico. En Puebla, aunque el catolicismo era importante, el gobernador XXX dijo que iba a pasar lo mismo que en Tabasco, Guadalajara, Querétaro y otros estados mexicanos.

Ante tal situación, las juventudes católicas se agruparon y formaron la “LNDR” (Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa).

Los conflictos entre la Iglesia Católica y el Estado, se fueron agudizando, a tal grado que se ordenó la limitación de sacerdotes en funciones a uno por cada seis mil habitantes; debían ser “autorizados” y observar todas las reformas que se hicieron al Código Penal con estrictas penas a quienes incurrieran en alguna falta. A estos decretos, pronto se les llamó: la ‘Ley Calles’. La crisis para la Iglesia se agudizó cuando El Universal publicó declaraciones tergiversadas del arzobispo José Mora y del Río, criticando varios artículos constitucionales.

En su observancia, se clausuraron templos, conventos, capillas y se expulsaron del país a los sacerdotes extranjeros.

Las autoridades eclesiásticas no encontraron otra opción, que recurrir a la suspensión del culto, opción que sometieron a aprobación del Vaticano. Mientras esto sucedía, las autoridades eclesiásticas en México simpatizaban cada vez más con las intenciones de la “LNDR” de boicotear al gobierno.

El 31 de julio de 1926, al entrar en vigor en el Código Penal los decretos y sanciones dictadas por Plutarco Elías Calles en su controvertida ley, el episcopado mexicano contó con la aprobación de Vaticano y poco después el culto fue suspendido. La liga inició también el boicot, promoviendo la abstención de pago de impuestos, compra de combustibles y el consumo de todo lo que fuera comercializado por el gobierno. Las consecuencias económicas no se hicieron esperar, ni la drástica reacción de las autoridades que ordenaron el arresto de todos los involucrados en el boicot. Ante tales medidas, la “LNDR” tomó las armas y se acuñó con carácter de provisional, la moneda de 20 centavos que nos ocupa en esta ocasión.

En enero de 1927 estalló el levantamiento en Jalisco y pronto se expandió en otros estados del país.
La “Rebelión Cristera” o la “Cristiada”, como también se le conoce, empezó ese 1927 con el propósito principal de defender la religión católica, que consideraban amenazada por el Estado, la libertad de culto. Causó muchas muertes con un ¡Viva Cristo Rey! como último aliento. Las fuerzas eran desiguales, pues muy pocos cristeros tenían experiencia con las armas.

En 1928 tuvo que intervenir Álvaro Obregón y la Embajada de los Estados Unidos como mediadores de las partes. Los arreglos, por llamarles de alguna manera, quedaron acordados al terminar la primera mitad de 1929 cuando ambas partes fueron cediendo muchas de sus exigencias a favor de la paz y para evitar más derramamiento de sangre. Cabe aclarar que el tema no quedó olvidado, pues se prolongó por varios años más a través de diferentes acontecimientos”.

Ricardo sabía que le iba a ir bien: la moneda no mentía, había estado ahí. Por lo mismo, se animó a rematar su respuesta devenida en ensayo y esbozó una hipótesis. Puebla había sido el lugar donde la guerra cristera empezó, afirmó.
“En Puebla fue donde el primer evento relacionado al inicio de los cristeros tuvo lugar. Aunque la guerra se dio más que nada en el estado de Jalisco, en Puebla empezó todo. Como una vez me contó mi abuelita”, escribió Ricardo, “la guerra se desencadenó en el barrio del artista. Resulta que un tal Aurelio estaba pintando un cuadro de la Virgen de Guadalupe, la única e incomparable y misericordiosa virgen morena, cuando en la esquina cerca de su taller un choche oficial frena abruptamente. Del auto se baja en mismísimo presidente Calles con un par de guaruras a los lados. Calles le dice al pintor que deje inmediatamente de pintar eso, que lo tenía que quemar porque no estaba permitido pintar a una ramera. Como no podía ser de otra manera, el pintor le dice, en tono bravucón, al propio presidente Plutarco Elías Calles: ‘¿Por qué no vienes a decirme eso acá más cerquita para que te pueda mirar a los ojos jijo de la chingada?’. Obviamente que Calles, que era un tipo temperamental y que, como con Obregón y Carranza, no se andaba con vueltas, agarró su revolver americano de tambor y le estampó seis tiros, así nomás, en el pecho del pintor. Así empezó la guerra de los cristeros”, concluyó Ricardo su examen.

Para cuando le dieron la calificación del examen, aprobado, obvio, Ricardo presumió la pieza numismática a sus compañeros y hasta se las daba de entendedor. “Las monedas Cristeras fueron provisionales, una promesa de pago y poco prácticas. Esta moneda, temprana, quizá circuló en Puebla, pero principalmente lo hicieron en el estado de Jalisco”, comentaba el joven Ricardo sobre esta moneda de bronce. Al final, como le tomó cariño, Ricardo no vendió la moneda ni la cambió, se la quedó y la presumió. Fin.

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